Archivo mensual: noviembre 2010

¡Vamos a bailar!

Por si alguien pensaba que sólo la música moderna es bailable, vamos a intentar ampliar nuestro repertorio musical y hacer un recorrido, breve, sobre la relación entre música, ritmo y baile, desde el siglo XVI hasta nuestros días. Sigue leyendo

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Se acabó el circo, pero empieza la función…

Como vaticinaba, la cuestión era aguantar una semana a que acabara el teatro de variedades en que han convertido las elecciones catalanas los partidos políticos. Y, con los resultados en la mano, ya podemos hacer un pequeño comentario, no sobre la política en sí, sino sobre lo que estos resultados dicen de nuestra sociedad, que es mucho más interesante. Sigue leyendo

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¿Qué nos dice la música, Adolfo?

Esta mañana dominical, en la que el sol luce en Madrid con una fuerza capaz de hacernos olvidar esta noche otoñal de cuatro grados bajo cero, un comentario que un amigo ha hecho en Facebook me ha arrancado una sonrisa: «Escucho la sinfonía 40 de Mozart, entre la incredulidad y el entusiasmo de que esta música escrita en 1788 todavía diga cosas…». Ahí es nada. Porque es verdad que la música dice cosas, ¿pero qué? Sigue leyendo

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Textículo décimo

A la décima va la vencida. No porque sea la mejor, sino porque quedará vencida, derrotada. Después de nueve días volcando en el blog pequeñísimas chispas de ingenio en forma de microrelatos, ya va siendo hora de escribir el décimo y cerrar este ciclo, al menos por ahora… Sigue leyendo

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Textículo noveno

EL QUE PARTE EL BACALAO

El conductor del autobús se detuvo en la primera parada de su última ronda. Mientras los usuarios subían y bajaban, recordó la cita que tenía con el dentista. «En cuanto termine esta ronda salgo pitando para la clínica», pensó mientras cerraba la puerta, «a ver si me sacan la muela rápido y vuelvo a tiempo de ver el fútbol».

Justo cuando se disponía a iniciar la marcha, vio por el retrovisor a un hombre que corría desesperado para llegar a tiempo a la parada. En momentos como éste el conductor solía esperar y abrir la puerta, pero esta vez aguantó hasta que el hombre alcanzó la puerta y entonces se alejó a toda prisa. Los golpes que aquél dio en el cristal no hicieron sino ensanchar la sonrisa del conductor, que murmuró: «La próxima vez date más prisa, gilipollas, que hoy tengo prisa».

Cuando el conductor llegó a la clínica todavía le sobraban diez minutos. Había sido una última ronda muy rápida, pensó orgulloso. Lo primero que le molestó fue tener que esperar casi una hora a que llegara el dentista. Pero lo que realmente le sacó de sus casillas fue escuchar, mientras estaba tumbado con la boca abierta, cómo el dentista despotricaba a gusto acerca de un conductor de autobús hijo de puta que lo había dejado plantado en la parada…

El conductor, mientras escuchaba mentar a su madre repetidas veces, se tragó tantas toneladas de orgullo como pesaba el autobús que conducía y que tanto necesitaba para reforzar su hombría. A pesar de ser necio y un poco fanfarrón, sabía admitir la derrota y  reconocer quién cortaba el bacalao: el dentista tenía el cuchillo y él, sin duda, era el bacalao.

 

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Textículo octavo

TODOS SOMOS PETER PAN

Mamá, quiero salir a jugar a la calle -le repitió por tercera vez desde la cocina.

No, hijo mío -le contestó la madre armándose de paciencia y evitando que se le pegara el sofrito-, eres muy pequeño. Cuando seas mayor podrás hacer lo que quieras.

Sintiéndose finalmente derrotado, el hijo salió de la cocina a regañadientes y se fue al salón a ver la televisión. Allí encontró a su padre refunfuñando, con el teléfono en la mano, andando de aquí para allá, cansado, ojeroso, hablando de temas que él no comprendía aún: hipoteca, despido, facturas, divorcio…

El hijo se acercó a su padre y le acarició la pierna, y éste le dedicó una sonrisa forzada mientras le rascaba el pelo de la cabeza. Se quedaron mirando un segundo, lo justo para que el más pequeño de la casa, olvidándose de las ganas que tenía de jugar a la pelota en la calle, deseara por encima de todo que faltara muy poco tiempo para que sus padres fueran mayores, y así pudieran hacer lo que quisieran…

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Textículo séptimo

COMO LA PRIMERA VEZ

Un chico y una chica que acababan de conocerse coincidieron en una discoteca, y lo pasaron tan bien que acabaron haciendo el amor como si se conocieran de toda la vida. Al terminar, medio avergonzados por lo que podrían pensar sus amigos, pusieron en común el siguiente pensamiento: «vamos a imaginar que lo de esta noche no ha ocurrido, ¿de acuerdo?». Y tanto se lo creyeron, que días más tarde se volvieron a encontrar y acabaron haciendo el amor como si fuera la primera vez. Como si, efectivamente, nada hubiera ocurrido antes…

Después de esa segunda vez (o primera, según se mire) no supieron qué estrategia seguir.

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Artur Mas I de Catalunya, el «tolerante»

Me he prometido varias veces no volver a comentar ninguna zafiedad surgida de este hervidero electoral en que se está convirtiendo Cataluña. Y cada día me lo ponen más difícil, obligándome a retractarme e incumplir mi palabra. Pero es que, a falta de una semana para las elecciones, uno no puede quitarse los anteojos de la carnaza y disfrutar de este espectáculo… Sigue leyendo

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¿De qué se ríen los gilipollas?

 

Cuando uno cree que el nivel de las elecciones catalanas no puede descender más abajo del suelo (prefiero decir «lodo»), se da cuenta de que ese principio de «nadie ni nada puede caer más abajo del suelo», no siempre se cumple. Mi anterior entrada sobre el hervidero electoral en Cataluña, requiere, por petición popular de uno de mis confidentes, un comentario adjunto. Sigue leyendo

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Textículo sexto

ESPEJITO, ESPEJITO

Cuando Blancanieves tuvo edad para ir a la discoteca, fue. Al ver a un chico más guapo que un príncipe, se puso nerviosa y se encerró en el lavabo para retocarse un poco. Con su mente llena de cuentos y recordando lo que le dijo su madre, se pintó los labios y le preguntó al espejo quién era la más guapa. Como éste no respondía, siguió con los coloretes y las pestañas y se puso tan bella que el espejo no pudo mas que decirle «eres la que estás más buena» (así hablan los espejos en las discotecas). Y así, segura y henchida de orgullo, volvió Blancanieves a la pista de baile para darse cuenta de que, además, era la que estaba más sola, pues el apuesto príncipe ya llevaba un rato besando a otra chica, que se sintió princesa por una noche.

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