Archivo mensual: marzo 2011

Textículo vigésimo noveno

EDUCAR CON EL EJEMPLO

El claustro de profesores de aquella tarde fue un verdadero hervidero. Algunos  argumentaban que los alumnos debían aprender conocimientos y no ser educados: para educar ya estaban los padres. Otros pensaban que no estaba mal aprovechar la autoridad moral que tiene la figura del «maestro» para dar algunos consejos a los alumnos. Pero la profesora de Historia hizo una encendida defensa de la educación en valores.

«No podemos renunciar a nuestro compromiso moral para con la sociedad» manifestó asertiva. «Se nos paga para enseñar una materia concreta, pero también debemos educar a nuestros alumnos, hacer que sean mejores personas, ciudadanos responsables de sus actos y perfectamente integrados en la sociedad». La mayoría de los oyentes asintió levemente. «Yo no sé vosotros, pero yo tengo vocación de servicio público, exceso de responsabilidad, y no dudaré en apostar por el futuro de nuestros alumnos» concluyó.

Mientras algunos profesores dieron muestras de apoyo a la profesora de Historia, uno de ellos, el de Física, habló por primera y última vez: «¿Hay algunos de vosotros que se vea capacitado para pontificar en materia de valores y educación? Recordad que para ello se debe ostentar una pureza de alma y espíritu que no creo, sinceramente, que tengamos ninguno de nosotros. Y yo soy el primero que me excluyo. Albert Einstein dijo que se educa con el ejemplo, aunque el ejemplo pueda intimidar.

Aunque la profesora de Historia fue la única que respondió de manera automática, diciendo que ella sí se consideraba una persona de moral recta y comportamiento ejemplar, a partir de ese día se limitó a impartir su materia. Se ve que prefirió contar la historia del mundo antes que la de su propio pasado…



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Textículo vigésimo octavo

LLEVAR MUCHO TIEMPO CON UNA PERSONA NO SIGNIFICA QUE LA CONOZCAS

El profesor de Oratoria se dirigió una vez más a sus alumnos: «Uno de los problemas más graves de la comunicación es que, además del lenguaje verbal, también comunicamos con nuestros gestos, nuestro cuerpo, nuestra actitud. Por eso debemos ser especialmente cuidadosos con el castellano: decir exactamente lo que queremos decir, ni más ni menos. Sabiendo que nuestro rostro, manos y actitud perturban el mensaje, no es conveniente usar palabras ambiguas».

«¿Podría poner un ejemplo?», pidió un alumno. «Claro que sí», respondió el profesor, que llevaba nueve meses con un magnífico ejemplo rondando por su cabeza. «Si digo la frase llevar mucho tiempo con una persona no significa que la conozcas, ¿podéis decirme por qué ello no es así?».

 «Porque esa persona puede engañarte», respondió un alumno. «Porque sólo puedes fiarte de ti mismo», apuntó otro. «Porque las personas cambian», concluyó otro de ellos.

«No. Es mucho más fácil que todo eso», dijo el maestro. «Porque decir que llevas mucho tiempo con una persona significa que… que llevas mucho tiempo con una persona. Ni más ni menos. Así se debe usar el lenguaje. Si quisiera decir que conozco a una persona, diría que conozco a esa persona».

Mientras los alumnos pensaban en este silogismo y daban la razón a su maestro, uno de ellos, el más avispado de todos, le espetó: «Creo que aunque sus palabras digan sólo lo que semánticamente significan, ha cometido como orador el mismo fallo que nos está enseñando a evitar: sus gestos, su actitud y su tono al hablar han comunicado que, para usted, llevar mucho tiempo con una persona no significa que la conozcas».

El maestro dio por concluida la clase y se retiró a su despacho, pensando que se puede ser un maestro de oratoria y, a la vez, un aprendiz de la vida.

 


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Textículo vigésimo séptimo

LA ROSA Y EL ECO

El agricultor cuidaba su jardín como si fuera parte de su propia familia. En especial sus rosales, que atendía a diario y con un cariño como pocas personas reciben a lo largo de su vida. Y había una rosa, la más bella de todas, su preferida, a la que no pasaba un día sin decirle lo guapa que era.

Pero un día, cuando el agricultor se ausentó del hogar por unas horas, pasó por el jardín un joven apuesto, y al ver aquella rosa, se acercó y le susurró que era la rosa más guapa que había visto nunca. La rosa se dejó arrancar y se fue con su furtivo amante.

A lo lejos, testigos de aquel adulterio, dos girasoles comentaron lo sucedido. «No me explico por qué la rosa se ha ido con el primero que ha pasado. Vale que le ha dicho que era una rosa guapa, y eso siempre es agradable, pero el agricultor se lo lleva diciendo todos los días desde hace años», apuntó uno de ellos. «Pero ignoras, querido amigo» le contestó el girasol que estaba a su lado, «que aquella rosa no era una rosa cualquiera. Era una rosa que sólo vivía de las apariencias, como tantas flores que no dan fruto y sólo sirven para contemplarlas. Ésta en particular vivía para recibir halagos, incapaz de valorarse por sí misma. Tan ensimismada estaba de su falsa belleza exterior que creyó que el agricultor le había dicho guapa una sola vez: el resto se lo decía el eco».

Cuando el agricultor volvió y fue consciente de lo que había pasado (pues los que viven en un villorio son más listos de lo que creemos), pensó que una rosa arrancada de sus raíces no era otra cosa que una flor destinada a marchitarse, perder su color y morir mustia. «Pero ésta no perderá su color nunca: el rojo intenso que lució cuando estaba conmigo lo cambiará por rubor hasta el final de sus días», sentenció el agricultor. Y acto seguido volvió a cuidar de su jardín, que sin duda era el más bonito y mejor cuidado del mundo, y se preguntó qué plantaría en el pequeño hueco que la rosa había dejado en su recuerdo…

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Textículo vigésimo sexto

EL HIJO DEL ALCALDE

La noticia de que el hijo del alcalde había sido detenido por un delito de robo cayó como algo más que un jarro de agua fría en plenas elecciones municipales. Un jarro de ácido hirviendo habría producido menos daños en la «imagen» del alcalde.

La marabunta de micrófonos se abalanzó sobre el alcalde y lo rodeó con una actitud más propia de los depredadores que de simples periodistas. La pregunta clave no se hizo esperar: «Señor alcalde, ¿por qué cree que su hijo tenía necesidad de robar teniendo su familia tanto dinero? ¿Y cómo se siente sabiendo que su hijo es un delincuente?».

El Alcalde guardó silencio por tres interminables segundos y, por primera vez en su vida, respondió pensando más en su persona que en su cargo, lo que en política se conoce por decir la verdad. «Desconozco qué buscaba mi hijo que no tuviera en su casa multiplicado por cien», afirmó, «y lo de que mi hijo sea un delincuente, es algo que sinceramente me importa poco. Lo que me molesta no es que mi hijo sea un delincuente, lo cual le incumbe sólo a él, sino que sea tonto, porque eso sí me afecta. Si haces el mal, tienes que ser listo para que no te pillen: una cosa es hacer el mal y otra hacerlo mal«.

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Textículo vigésimo quinto

UNA PELÍCULA DE MIEDO CON FINAL FELIZ

31 de octubre. Halloween. La mujer, amante de las películas de miedo más que de cualquier otra cosa (incluido su marido), vuelve a casa por la noche. Su marido le prepara un broma, un susto típico de la Noche de Brujas: desordena el cuarto, pinta con pintura roja sobre la sábana la frase «Sé lo que hiciste el último verano» y se esconde a disfrutar del espectáculo.

Cuando la mujer llega hasta el cuarto y contempla la escatológica escena, sale corriendo despavorida, gritando que ella no hizo nada, y nunca volvió a casa. Fue de esta manera tan estúpida que el marido se enteró de que su mujer se la había pegado con otro el pasado verano…

Y es que es normal que en la víspera del Día de todos los Santos, en la mágica y misteriosa Noche de Brujas, los fantasmas del pasado vuelvan para atormentarnos y los cadáveres mal enterrados caminen putrefactos entre los vivos.

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Textículo vigésimo cuarto

2 + 2 = 4

Antes de entrar en la sala de vistas, el abogado intentó calmar a su cliente: «Tranquilo, en derecho todo es discutible, todo puede argumentarse, ganaremos este juicio. A diferencia de las ciencias, en derecho dos más dos no siempre es cuatro».

Minutos más tarde y ya ante el juez, el abogado expuso los fundamentos que apoyaban sus pretensiones, con una prolija lista de mentiras, falsedades, inexactitudes, falacias e invenciones.

El juez, después de escuchar semejante argumentación, carente de todo rigor y sentido común, dictó sentencia in voce y condenó al abogado. Éste le reprochó: «Señoría, mis argumentos deben tenerse en cuenta. En derecho no siempre dos más dos es igual a cuatro».

«Ya lo sé», respondió el juez con salomónica actitud, «pero si no es cuatro, será 3,9 o 4,1. Nunca cero o diez, como usted lleva una hora intentando hacernos creer».

 

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Textículo vigésimo tercero

NO SE PUEDE HUIR

Dicen que una persona cometió un crimen tan atroz, que decidió huir del país. Estuvo corriendo mucho tiempo: para escapar de la Justicia, de los reproches de la sociedad, de las críticas de sus amigos, de la decepción de su familia, de la venganza de la víctima…

Cuando creyó estar lo suficientemente lejos de todo peligro, decidió emprender una nueva vida y olvidar su pasado. Entonces, antes de poder siquiera recobrar el aliento, vio a una persona que corría detrás de él. Por instinto (creyendo que iba a detenerle o algo peor) huyó, y así estuvo un buen tiempo. Hasta que al final, cansado y derrotado, sin poder poner tierra de por medio entre él y su incansable perseguidor, decidió tirar la toalla y comprobar quién era ese misterioso personaje y qué quería de él.

Cuál no fue su sorpresa al ver que quien le perseguía era un hombre muy parecido a él. Idéntico. «¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?», le preguntó desesperado. «Soy tus remordimientos», recibió por lacónica respuesta.

Cuentan que aquella persona que cometió ese crimen tan atroz todavía no ha parado de correr a ninguna parte para intentar huir de lo que siempre le acompañará…

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Textículo vigésimo segundo

UN CLAVO SACA A OTRO CLAVO

El hijo del carpintero le preguntó a su padre: «Papá, ¿qué significa que un clavo saca a otro clavo?». El padre cogió un clavo con su mano izquierda y lo apoyó en la cabeza de otro que estaba clavado en un taco de madera. A continuación cogió el martillo con la mano derecha y golpeó con tal fuerza, que el clavo que tenía en la izquierda empujó al otro y  acabó saliendo disparado y medio roto por el otro lado. El hijo miró sorprendido a su padre y se quedó contemplando el clavo que estaba torcido en el suelo. El carpintero le comentó: «Esto significa que un clavo saca a otro clavo. Que donde estaba uno, ahora está el otro».

«Ya, papá», respondió el hijo, «pero lo importante es el martillazo que le has dado». Entonces el padre, acariciando el pelo de su hijo con una sonrisa marcada, concluyó: «Exacto, hijo mío. Y recuerda esto para cuando seas mayor: casi siempre que un clavo saca a otro clavo, alguien está empujando desde atrás».


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Textículo vigésimo primero

¿QUIÉN SE FÍA DE QUIÉN?

En un pueblo tan pequeño que su nombre no aparecía en los mapas, vivían un médico del que se decía que podía curar cualquier enfermedad y un cura al que sus feligreses atribuían la capacidad de limpiar todos los pecados de una persona llegado el momento de acudir al sacramento de la extremaunción.

Aconteció que el cura enfermó de manera súbita y grave, por lo que acudió a casa del médico a fin de que le sanara. Cuál no fue su sorpresa al comprobar que el médico se encontraba en la cama, aquejado de fiebres desconocidas incluso para él. El cura pidió ayuda al médico y éste, incapaz de aplicar sus conocimientos  a su propio cuerpo, le exhortó a que antes le ungiera con los santos óleos. «No los traigo conmigo en este momento», le contestó el sacerdote, «pero si curas mis males y me salvas de la muerte, prometo volver con los sagrados óleos y practicarte el sacramento de la extremaunción». El médico lo pensó un momento y le espetó: «¿Cómo puedo estar seguro de que cumplirás tu palabra?».

La falta de confianza del médico y su tozuda negativa a sanar al cura tuvo el efecto que cabía esperar: ambos murieron esa misma tarde, a manos de una enfermedad mortal que consumió sus vidas en pocos minutos.

Dicen los muertos (aunque de ellos no hay que creerse todo) que ninguna de las almas de estos dos personajes subió al cielo. Quizás el médico tenía razones para desconfiar al fin y al cabo…

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El pastor y las ovejas

Si podemos convenir que los medios de comunicación, en su labor informativa, son algo parecido a los pastores que llevan un rebaño a pastar a los mejores prados (infeliz comparación en la que los espectadores de televisión, los lectores de periódico y los oyentes de radio adoptamos el papel de borregos), entonces tendremos que concluir unánimemente que la periodista y directora del programa «Los desayunos de TVE», Ana Pastor, ha hecho honor a su apellido con su ya célebre entrevista al presidente de Irán Mahmud Ahmadineyad. Sigue leyendo

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