La música y la risa: Alfred Brendel nos da una lección para la vida

Esta noche he tenido la suerte de disfrutar de una conferencia ilustrada por una magnífico pianista. Un momento especial para aquellos afortunados que hemos compartido una lección musical de manos de un verdadero maestro. Una oportunidad única para acercarme andando al Auditorio Nacional de Música (ventajas de vivir al lado) y sentarme a la vera de Alfred Brendel para escuchar lo que piensa sobre la relación entre la música y la risa.

Alfred Brendel es un pianista excepcional, y su discografía así lo atestigua. Lo que me ha parecido sorprendente es que a su edad sepa combinar con tanto gusto la erudición con la humildad, la profesionalidad con la cercanía y la seriedad con el humor. Durante más de una hora nos ha expuesto algunas de sus reflexiones acerca de la pregunta «¿puede la música clásica ser graciosa?».

Muchos de los asistentes han acabado pensando que sí, que la música clásica no es exclusivamente seria,  que también hay espacio para la carcajada. Yo, que conocía algunos escritos sobre el humor en autores como Haydn o Beethoven, he salido maravillado ante los ejemplos que Brendel nos ha desplegado con unas manos más expertas que viejas. No en vano, Alfred Brendel sostiene que estos autores del Clasicismo constituyen unos de los mejores ejemplos de compositores especialmente dotados para el humor. Y conste que no estoy hablando de ópera o canciones, donde el texto puede ser hilarante y ello condiciona que la música sea fiel reflejo de este estado de ánimo. Me refiero a música puramente instrumental, absoluta, sin texto alguno ni referencias metamusicales, lo que conlleva no pocas dificultades a la hora de delimitar el concepto de lo que «entendemos por gracioso».

Algo gracioso es algo inesperado, que se aparta de la expectativa, de lo natural, del orden establecido. En el caso de un texto divertido, está claro que la gracia dependerá de la relación entre el significado ordinario de las palabras y el «sentido diferente» con el que el autor las usa. La polisemia, el sentido figurado y la metáfora son, entre otros recursos estilísticos, las herramientas básicas para crear un texto que provoque risas. La música absoluta, sin texto, necesita fijar un orden rígido, estable, predecible, de cuya ruptura dependerá el carácter cómico de la composición. Y qué mejor escenario para ello que la música del Clasicismo, con su riguroso formalismo y sus estructuras casi inmutables. En la extremadamente subjetiva música de los románticos no hay mucho espacio para el humor. Las «Humoresque» de Dvorak no son graciosas. Ni las miniaturas de Satie, cuya única gracia proviene de lo estrambótico de sus títulos. Pero una época como la de finales del siglo XVIII, en la que los ilustrados pretendían imponer un racionalismo exacerbado que impregnaba todas las artes incluida la música, es el escenario perfecto para que surja el humor, es decir, el cuestionamiento de esa Razón con mayúsculas, de esos principios inmutables y casi sagrados.

Y dentro de los grandes compositores clásicos, Mozart, en contra de lo que pudiera pensarse, no es un ejemplo de compositor «cómico». Cierto es que su correspondencia revela una personalidad inteligente, desenfadada, alegre y socarrona, pero estos caracteres parecen encontrar mejor reflejo en su música para la escena (en la que Mozart fue un destacado maestro) que en la instrumental. Ni siquiera su «broma musical» puede considerarse especialmente graciosa. A diferencia de Haydn, que a mi juicio es el compositor cómico por excelencia, o Beethoven, que sabe encontrar huecos para arrancarnos una sonrisa entre tanta épica y heroísmo que se la atribuye a su obra.

Alfred Brendel interpretó varias obras de estos dos compositores subrayando los aspectos a los que debíamos prestar atención para encontrar esa ironía, ese absurdo, ese sinsentido que elimina cualquier atisbo de dignidad que pudiera conservar la pieza. Y consiguió lo más importante: que todo el auditorio se riera a carcajada limpia con el único uso de teclas blancas y negras.

Vuelvo a casa con alegría en el cuerpo, más conocimiento, más experiencias vitales compartidas, y un profundo respeto por estos dos compositores y este genial intérprete. Para una persona tan «payasa» como yo, que disfruta contando chistes y haciendo reír a los demás, no hay mejor lección que la que hoy he aprendido: hasta en la música más seria hay espacio para el humor.

Consejo: No os toméis demasiado en serio a vosotros mismos.

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