Ávila es una ciudad con un patrimonio artístico y gastronómico de primera línea, no sólo en España sino en toda Europa. Pero muy cerca de esta urbe amurallada se levanta la majestuosa Sierra de Gredos, que bien merece una visita por parte de los amantes del senderismo y, por qué no, los moteros aficionados a las curvas: puertos de montaña encadenados uno tras otro con la constante presencia de curvas solitarias, terneras pastando y las montañas mostrándonos su cara más agradable incluso en verano. Si a esto añadimos pozas paradisíacas para refrescarnos… ¿a qué esperamos?
Para los que estén interesados, aquí dejo el enlace a la ruta en Wikiloc.
Aunque la ruta empieza en Ávila, primero teníamos que llegar hasta allí. Salimos el viernes de Madrid, a eso de las cuatro de la tarde, dejando a nuestro paso una A-6 congestionada, caótica. A partir de las Rozas pudimos alejarnos un poco de ese tráfico incesante, y al llegar al Escorial ya casi no nos acordábamos de él. Refresco en el puerto de la Cruz Verde y rumbo a Ávila por una carretera menos concurrida que la CL-505: pusimos rumbo a Robledo de Chavela, y desde allí hasta Cebrero y el Embalse de Burguillo. A partir de ahí la carretera llega hasta el Barraco y por la N-403 hasta Ávila. Como no teníamos mucha hambre, dimos un paseo por la catedral y decidimos acostarnos pronto, porque el sábado nos esperaba una ruta larga.
A pesar de nuestros esfuerzos y voluntad férrea, la gastronomía abulense nos doblegó a base de patatas revolconas con pulpo y chuletón de ternera…
Ávila-Burgohondo
El sábado por la mañana nos levantamos muy temprano. Habíamos quedado con José Mª en Burgohondo, y sabiendo la ruta que teníamos por delante y que él venía desde Alcalá de Henares, no era cuestión de hacerle esperar.
Enfilamos pues la AV-900 dirección sur, para llegar hasta Navalmoral y Burgohondo. La carretera y el día auguraban un disfrute sin paliativos.
Antes de llegar a Navalmoral se cruza por un puerto de montaña muy bonito, de curvas amplias y rápidas, y al verlo se me iluminó el rostro: no tenía previsto empezar a disfrutar tan temprano.
En Burgohondo nos reunimos con José Mª, que llegó puntual como siempre, a pesar de encontrar la plaza del pueblo no era cosa fácil (y no porque Burgohondo sea muy grande, precisamente).
Mientras buscábamos una cafetería para que José Mª pudiera tomar algo (desde las siete de la mañana venía pidiendo un colacao caliente), yo aproveché para cargar en el gps la ruta.
Aunque lo mejor, como siempre, es preguntar a los lugareños. Sabía cómo salir del pueblo y enfilar la carretera que nos llevaría al puerto de Mijares, pero no pude resistirme: cuando vi a este simpático motorista con su asiento de piel de cabra le pedí si podía guiarnos hasta la salida del pueblo, lo que hizo muy orgulloso…
Burgohondo-Mijares
A la salida de Burgohondo nos encontramos al relevo de nuestro intrépido motorista, aunque éste nos sorprendía con una chaqueta muy poco motera y mucho menos veraniega, pero llena de encanto vintage.
A la izquierda dejamos una pequeña poza donde se bañaban unos descerebrados. No se me ocurre otro calificativa teniendo en cuenta que eran las nueve y media de la mañana y que el agua tenía que estar congelada.
La subida al puerto de Mijares ya resulta un indicador de lo que está por llegar. Curvas estrechas y revueltas, moteros que bajaban en tropel y José Mª que no nos perdía la zaga.
El puerto de Mijares, una vez que se alcanzan sus casi 1600 metros, resulta visualmente sobrecogedor y una gloria para disfrutarlo con el manillar bien agarrado.
Hubo un momento en el que José Mª se dio la vuelta para que le echáramos una foto, porque el entorno lo requería y él necesitaba un nuevo fondo de pantalla para su ordenador (qué le vamos a hacer, cada cual tiene su antojo ;)).
Pero poco después nos volvía a alcanzar…
… y a adelantar!
En la cumbre del puerto de Mijares, cómo no, encontramos un grupo de moteros. La bajada es suave y con unas vistas soberbias. A los lados, como si fueran quitamiedos naturales, las terneras que más tarde o más temprano nos comeríamos nos franqueaban hasta llegar a Mijares.
Mijares-Puerto del Pico
Desde Mijares fuimos a Gavilanes y Pedro Bernardo, y desde allí hasta el puerto del Pico pasando por San Esteban del Valle y Villarejo del Valle.
Ni los parajes perdían su belleza ni las curvas su atractivo, haciendo que la ruta ganara interés a cada momento. Pistas que se intuían en las laderas, curvas y más curvas, macizos al fondo, todo era demasiado para captarlo con una cámara o describirlo con palabras.
Una vez que alcanzamos el Puerto del Pico, nos damos cuenta, por primera vez, de que no estamos solos: varios moteros se encuentran allí disfrutando del hermoso espectáculo que supone la calzada romana que atraviesa la montaña. Se trata de casi tres kilómetros de calzada con una pendiente del 15%, que constituye una notable obra de ingeniería civil, magnífico ejemplo del ingenio romano del que por suerte existen muchas y abundantes muestras.
Aunque ahora pasean por ella los senderistas, se sabe que la Mesta la usó para la trashumancia de ganado, y gusta imaginar cuántas personas y de qué diferente condición y época han pisado aquellas piedras en casi dos milenios…
Yo aproveché para echar una foto al monumento a los guardias forestales:
¡Y cómo no retratarme ante esta señal tan castiza!
Puerto del Pico-Hoyos del Espino
Desde el Puerto del Pico seguimos por la N-502 hasta la Venta la Rasquilla (célebre entre los moteros que pasean por allí), donde giramos a la izquierda para seguir en dirección a Navarredonda de Gredos y, poco después, el famoso Parador de Gredos, que es el primer Parador Nacional de España (1928).
Una vez en Hoyo del Espino, tras cruzar un monumento con una estatua de una cabra, aparece la llamada «Plataforma de Gredos», una de las vías de acceso a la Sierra del mismo nombre más conocidas.
Decidimos comer en Hoyos del Espino, pero como todavía teníamos algo de tiempo, optamos por hacer una pequeña incursión circular por la Sierra de Gredos. Se trataba de coger la Plataforma y continuar hasta el desvío que nos llevaría por la Cañada de Navacepeda de Tormes. Esta improvisación nos permitió disfrutar de un entorno inolvidable y, lo más importante, nos dio a conocer la poza en la que nos estaríamos bañando pocas horas después.
El lugar elegido para el buen yantar no fue otro que el restaurante LOS GALAYOS, donde pudimos relajarnos con la confianza de saber que estábamos siendo tratados con cariño, paciencia, una sonrisa y la mejor comida. El comedor goza de un ventanal con vistas al campo, muy agradables. El sentimiento cálido lo aportaba la parrilla y el horno, donde desfilaban todos los cortes posibles de la ternera. Imposible describir el aroma que inundaba toda la estancia.
El Protos crianza de 2009 fue el complemento perfecto para un magnífico solomillo de ternera de Ávila y una pierna de cabrito asado. La ensaladilla rusa y las patatas revolconas estaban bien, pero el solomillo rozó la perfección. Tanto que tuvimos que pedir otro de postre, pues las milhojas, a pesar de su apariencia, no estuvieron a la altura.
El cocinero recibió nuestros halagos sobre el solomillo con tanta efusividad que acabó dejándome meterme en la cocina y ponerme mano a mano con los fogones.
Poza de las Paredes
Muy cerca de Hoyo del Espino se encuentra la Poza de las Paredes, el lugar idóneo para darse un chapuzón y dormir la siesta que semejante ágape requerían.
Es innecesario decir que después de todo el día en la moto, no nos pensamos demasiado el tirarnos al agua como auténticos desesperados.
Y a pesar de que algunas se resistieron un poco al principio, por eso del frío y los bichos, al final no había manera de sacarla del agua…
Tras una hora de relax tocó separarnos. José Mª nos siguió hasta Navacepeda de Tormes, donde él cogió la carretera en dirección Madrid y nosotros, la que llega hasta Piedrahita pasando por el Puerto de Peña Negra.
Vuelta a Ávila
La improvisada decisión de saltarnos la visita a el Barco de Ávila y acortar por la AV-932, que nos llevaba hasta Piedrahita por La Herguijuela y el Puerto de la Peña Negra, fue todo un acierto.
Las vistas ganaban en belleza a medida que subíamos al puerto de montaña. Tanto que no pudimos evitar hacer unas cuantas fotografías con la Sierra de Gredos al fondo luciendo las pocas nieves que le quedan casi en Julio.
Una vez que cruzamos el Puerto de Peña Negra comienza un descenso espectacular, con unas vistas que se pierden en la lejanía, y desde donde podía divisarse perfectamente Piedrahita y la carretera que lleva hasta Ávila, tan recta como si la hubieran trazado con un cartabón.
Acabada la ruta, tras unos muy poco deseables kilómetros (el tramo de Piedrahita a Ávila es aburrido hasta no poder más), nos relajamos paseando por Ávila, una ciudad maravillosa cuya visita recomiendo para todo aquel que no la conozca.
Aquí dejo algunas fotos de su muralla (románica, unos dos kilómetros y medio, y que constituye uno de los ejemplos mejor conservados de toda Europa), su catedral y la basílica de San Vicente (en cuyo interior se encuentra un cenotafio con unos relieves iconográficos que bien podrían considerarse como los antecedentes más lejanos de las actuales viñetas de cómics).
Dentro de la basílica de San Vicente (a pesar de que no estaba abierta a los turistas, nos colamos) nos recibía la fascinante música del órgano español (caracterizados por disponer los tubos en horizontal y vertical, no sólo en vertical como es más común), en una bella interpretación de la Tocatta y Fuga en re menor de J.S. Bach y la Sarabande de Haendel (popularizada por la película «Barry Lyndon» de Kubrick).
Ávila a Madrid
La vuelta este domingo ha sido tranquila. La carretera CL-505 lleva hasta el Escorial, apenas a 58 kilómetros de distancia. Salvo algún que otro radar y muchos moteros en la Cruz Verde, nada destacable, lo cual resulta perfecto para no restarle protagonismo a la impresionante ruta del sábado.
Desde aquí le doy un fuerte abrazo a José Mª, esperando que haya disfrutando tanto como nosotros. Le agradecemos igualmente su invitación al buen yantar.
¡Esperamos la próxima con ansia!
Pingback: Anónimo
¡Harry hay que ver cómo te lo montas¡
La verdad es que la ruta es preciosa a más no poder, con rincones apartados y fuera de visitas «playeras» donde la presencia humana es más bien escasa, con lo que el disfrute con y de la naturaleza es mayor. Vida es estado puro aunque poco puro pueda quedar ya, si bien todo ese entorno tiene el encanto de echar la imaginación a volar y consolidar en nuestro imaginario cómo sería la vida hace 2.000 años, quienes andarían por esas calzadas romanas que por bien trazadas y ejecutadas fueron el fundamento de la comunicación desde la Iberia pasando por los reinos medievales, hasta llegar a los Borbones y nuestros días, pues no en vano mucho alquitran se dejó caer durante el septenio de Primo de Rivera.
Hasta otra Harry.